Se me perdió mi latido intrépido en el bosque exacerbado de locura. Fue una mañana, tal vez, solo recuerdo que la mirada dolía. De repente oscureció, y la negrura de la noche se avivaba, hablaba, reía, se escapó el espíritu guardado tan celosamente, y se volvió a esconder en la hendidura de la de la roca más dura que existía; no sé si era alabastro, obsidiana o granito. Se internó en el frio de la roca.
Soplaba el viento, sentía la brisa voluptuosa, la luz se descomponía en finas telarañas doradas, y las lágrimas chocaban con las gotas de rocío.
La incitante e hipnótica música de mi utopía se convirtió en un estridente ruido de metales.
La insistencia del vívido perfume me atrapó y lo fui siguiendo hasta toparme con el tótem que tanto temía, con ojos de fuego o a veces de ámbar, con boca de sangre, con un látigo de palabras que hacían imposible mi huida.
El ruido taladraba mis oídos anclándose en ellos, el olor se atornilló en mi respiración y no pude echarlo de ahí.
Y me convertí en autómata, ya no busqué el rozagante perfume del beso perdido, me quedé atrapada bajo la tierra cual Perséfone, encadenada a las ideas extenuantes, por la ilusión tridimensional de lo inexistente, por el oasis desbordante de veneno.
Mi universo se redujo a un átomo de argentum , que se enclavo hasta el fondo de la silla turca, mi liberada mente volaba hacia el sur con deseos de quedarse ahí para siempre. El deseo encontró acomodo en el silencio y el aliento desesperado, embriagante, se desbordó como una marejada insolente contra la roca estática y se interno en el dilapidado laberinto de emociones y desvelos,
La lava ardiente se convirtió en roca volcánica, y el espíritu emprendió la retirada, buscando inconscientemente un sorbo de dulce néctar que aliviara el acre sabor de abandono.
No hay mas tótem, solo un borroso recuerdo del enclaustrado tesoro dentro del ártico corazón de niebla, que se reduce a nada cuando lo quiero tocar, que se esconde, corre, ríe sin cesar.
Ya no huyas, solo deja que la luz cegadora acabe por siempre con tu potente oscuridad.
Yo, como hoja al viento pararé hasta donde otro monstruo no me pueda atrapar.
Soplaba el viento, sentía la brisa voluptuosa, la luz se descomponía en finas telarañas doradas, y las lágrimas chocaban con las gotas de rocío.
La incitante e hipnótica música de mi utopía se convirtió en un estridente ruido de metales.
La insistencia del vívido perfume me atrapó y lo fui siguiendo hasta toparme con el tótem que tanto temía, con ojos de fuego o a veces de ámbar, con boca de sangre, con un látigo de palabras que hacían imposible mi huida.
El ruido taladraba mis oídos anclándose en ellos, el olor se atornilló en mi respiración y no pude echarlo de ahí.
Y me convertí en autómata, ya no busqué el rozagante perfume del beso perdido, me quedé atrapada bajo la tierra cual Perséfone, encadenada a las ideas extenuantes, por la ilusión tridimensional de lo inexistente, por el oasis desbordante de veneno.
Mi universo se redujo a un átomo de argentum , que se enclavo hasta el fondo de la silla turca, mi liberada mente volaba hacia el sur con deseos de quedarse ahí para siempre. El deseo encontró acomodo en el silencio y el aliento desesperado, embriagante, se desbordó como una marejada insolente contra la roca estática y se interno en el dilapidado laberinto de emociones y desvelos,
La lava ardiente se convirtió en roca volcánica, y el espíritu emprendió la retirada, buscando inconscientemente un sorbo de dulce néctar que aliviara el acre sabor de abandono.
No hay mas tótem, solo un borroso recuerdo del enclaustrado tesoro dentro del ártico corazón de niebla, que se reduce a nada cuando lo quiero tocar, que se esconde, corre, ríe sin cesar.
Ya no huyas, solo deja que la luz cegadora acabe por siempre con tu potente oscuridad.
Yo, como hoja al viento pararé hasta donde otro monstruo no me pueda atrapar.