“Te he desvestido despacio, como si tuviéramos todo el tiempo del mundo. En la penumbra el único sonido que podía percibirse era el de tu respiración acelerada y tus latidos corriendo a velocidad. Una ventana entreabierta dejaba entrar la luz grisácea de la luna que lamía tus contornos, dibujando esa milagrosa curva que se deslizaba a través de tu cintura. Me besabas, sin prisa, calibrando cada movimiento y guiando los míos, como si de antemano supieras qué más iba a hacer. Y durante toda una noche nos escondimos del mundo, y nos abrimos para nosotros un universo de esos que solo se comparten entre dos. Aquella noche tú y yo nos quitamos la ropa, el miedo, y las ganas que teníamos por tocarnos. Tu cuerpo fue ese espejismo de placer de cuyo recuerdo más de un infeliz como yo podría vivir cien años.”
— Julián Coubert