jueves, 13 de mayo de 2010


Ayer me invitó a cenar Edgar Allan Poe. Acudí a una casa enmohecida de puerta pequeña y barandal marrón; tenia unos arboles junto a la acera a punto de secarse. Llegué puntual a mi cita usando un vestido verde raro, entre retro y moderno.
Toque tres veces y finalmente salio mi ojeroso anfitrión,estaba despeinado y vestia un traje de tweed gris y zapatos desgastados. Me miró con indiferencia y me invitó a pasar. Su mesa era ovalada, con muchos libros y periodicos encima; luego los hizo a un lado y procedió a servirme la cena, consistente en papas a la francesa y pescado a la tartara. Comimos silenciosamente y despues de darle un sorbo a mi absenta, le pregunté a Edgar sobre sus problemas, el por que de su aspecto tan demacrado, y comenzo a declamar poemas en francés. Me dijo que pronto se casaría y me invitó a jugar ajedrez el siguiente martes. Me disponía a marcharme cuando comenzó a reprocharme por leer a Pérez Reverte y a Kundera. Luego soltó una ruidosa carcajada y... desperté.

Enchanté Monsieur Poe.